martes, 27 de diciembre de 2011

Mi Infierno particular (MªJosé Zamorano de Lamo)

Personalmente, siempre he pensado que sería mucho menos aburrido esperar el Juicio Final en el Infierno que en el Cielo. Y digo esto porque no me parece que aprovechar la vida sea realizar buenas acciones en todo momento, considerándose pecado muchos actos que no hacen otra cosa que liberar el espíritu humano. Por supuesto que no hablo de robar, matar, violar o hacerle la vida imposible al prójimo. Hablo de otros pecados de menor importancia por los cuales, según la Santa Iglesia, más de la mitad de la Humanidad debería arder en las llamas del Infierno.

Así pues, mi infierno particular tendría una parte reservada a todos aquellos que, siendo magníficas personas, no tuvieron miedo a mostrarse tal y como eran o a expresar su inconformidad con lo que otros llamaban "correcto". Sería una especie de Limbo dantesco, en el que podríamos encontrar a reconocidos personajes como Gandhi, nuestros queridos García Lorca y Miguel Hernández, o incluso el mismísimo Freddie Mercury. El único castigo que éstos sufrirían sería el hecho de permanecer allí eternamente sin disfrutar de las comodidades que deben tener los que acuden al Cielo, aunque esto no les impediría poder seguir siendo auténticos.

A continuación, comenzaría el verdadero infierno: atendiendo a la gravedad de sus pecados, las almas condenadas estarían divididas, no en profundos círculos, sino en diferentes islas, separadas todas ellas por un profundo, espeso e hirviente mar, que recordaría a los calderos que las malvadas brujas usan para crear sus pociones en las películas. Para desgracia de los condenados, este infierno carece de un Caronte, por lo que las almas deberían cruzar este mar a nado, en medio de llantos y sollozos al sentir en su piel las quemaduras del ardiente mejunje. Al llegar a la isla más cercana, la más grande de todas, sólo podrían pisar tierra los desgraciados que dedicaron su vida a robar y estafar a otros. Aquí encontraríamos a algunos políticos corruptos como Francisco Camps o Julián Muñoz. Su castigo consistiría simplemente en pasar la eternidad en medio de gritos y estruendosas voces que emitieran acusaciones, de las cuales no podrían ya nunca liberarse ni aunque, desesperados, reconocieran sus delitos.

Más lejos de esta isla, y de menor tamaño, se encontraría la Isla de los Ciegos, personas que, creyendo hacer el bien con el fin de acabar en el Cielo, se olvidaron de atender cosas de gran importancia como sus propias familias. Me refiero a muchos beatos que pasaron sus vidas rezando por miedo a terminar aquí mismo, sin importarles al final nada más que la pureza de sus almas. Estos espectros tendrían arrancados los ojos, y chocarían unos con otros continuamente.

Más alejada estaría la Isla de los Asesinos y Violadores. Aquí permanecerían las almas que en vida despreciaron y maltrataron a otras personas, llegando incluso a creerse con derecho a quitarles a otros la vida. Estos espíritus, deformes, sin rostro, tendrían las extremidades mutiladas, por lo cual sólo quedaría de ellos un tronco ligado al suelo, expuesto a las picaduras de miles de serpientes, mientras que una lluvia negra cae sobre ellos, incesante. También en esta isla podríamos encontrar, aunque no reconocer, a millones de eclesiásticos que pecaron de manera desmesurada mientras condenaban a otros.

Finalmente, y en la isla más pequeña de todas, encontraríamos a crueles dictadores como Hitler o Franco. No podrían verse ni oírse los unos a los otros, pues permanecerían desnudos en profundas fosas bajo la más absoluta oscuridad, sin que sus lamentos pudiesen ser oídos por nadie más que ellos mismos. En sus cabezas resonarían constantemente estallidos de bombas y cañones, mientras un gran dolor clavado en sus costados les haría retorcerse, agonizantes.

Después de imaginar este infierno, a cualquiera la idea de esperar allí el Juicio le parecerá menos atractiva, pero, por suerte, podemos todavía dar rienda suelta a nuestra imaginación y crear un Purgatorio al estilo de Dante, confiando en que todos nuestros pecados sean al fin perdonados para recostarnos sobre una esponjosa nube mientras sonrientes querubines tocan armoniosas melodías con sus trompetas, si es que existe ese lugar al que todos llaman Cielo.