viernes, 24 de octubre de 2014

La Ilíada , de Alessandro Baricco


Acercarnos a La Ilíada en el original homérico, puede hoy hacer desistir de su lectura a una gran parte de los lectores. Sin embargo, la adaptación hecha por Alessandro Baricco nos permite acercarnos sin dificultad a esta obra y disfrutarla plenamente.

Homero, Ilíada parte de la iniciativa de Baricco de leer La Ilíada en público, pero las cuarenta horas aproximadamente que llevaría tal empeño lo llevó a pensar en esa necesaria adaptacion. Eligió la la traducción italiana de Maria Grazia Ciani (por, según el autor, estar en prosa y sentirla próxima a su estilo) y, en un ejercicio de sintesis y  reescritura genial, consiguió un texto que puede ser leído en pocas horas y que, sin perder lo esencial de la epopeya de Homero, se ajusta al ritmo y gusto del lector actual. El elegir relatar los hechos de la Ilíada en primera persona por sus protagonistas es un gran acierto: hace que se entiendan mejor las personalidades de los héroes y hace de la lectura una experiencia más viva y personal. Contiene, además, un aliciente añadido, como es el episodio del caballo de madera, que no figura en la versión original. El texto lleva incrustados algunos añadidos de Alessandro Baricco, que se distinguen por ir en cursiva, pero que no molestan porque encajan perfectamente en el texto y que ayudan a entender lo que está ocurriendo.
Así que, aunque mi consejo es que trabajéis al menos con algunos fragmentos del texto de Homero, acudáis a la versión de Baricco para disfrutar con  lo que nos cuentan Helena,  Héctor, Ulises, Eneas, Agamenón,  Aquiles, Paris, Patroclo, Crieseida... Con la voz de esta última se inicia la obra enmarcando los eventos en este hermoso comienzo:
“Todo empezó en un día de violencia…” 


A continuación, las grabaciones de los fragmentos seleccionados  por cada uno de los alumnos de este curso y el enlace a una lectura dramatizada hecha en radio:

Rebeca Martínez,:
La Ilíada, Alexandro Baricco (fragmento I)

Azuzena Argudo:
La Ilíada, Alexandro Baricco (fragmento II, La nodriza)

Vicente Coll
La Ilíada, Alexandro Baricco (fragmento III, Aquiles)

Miriam Orón
La Ilíada, Alexandro Baricco (fragmento IV)

Lectura dramatizada de La Ilíada, en Radiofonías

domingo, 19 de octubre de 2014

Edipo Rey y la novedad de los Clásicos

Parece que leer una obra clásica no puede aportar nada nuevo. Se estudian en clase y creemos que sólo encontraremos novedades en la literatura más actual. Edipo Rey demuestra que puede impregnar tanto o más que una obra posterior y más cercana a nuestros días.





Sobre todos los aspectos de la historia que me han sorprendido, debo destacar dos. El primero, la importancia que da Sófocles a los valores éticos y morales. La pelea que mantiene el ser humano durante toda su vida para mantener su prestigio, su honor y la suerte para su familia es algo que con los siglos se ha ido perdiendo y sustituyendo por valores puramente físicos y materiales. También es digno de mención la aceptación de culpa, la creencia en el destino y la grandeza del ser humano frente al dolor. Insisto en que son cualidades y aspectos que han desaparecido, y es difícil encontrar hoy en día obras y personajes que muestren todo esto.

El segundo aspecto a destacar es el hilo narrativo. Sófocles crea una historia poco común para lo que estaban acostumbrados en aquella época. Quizá sea un poco brusca la comparación, pero la investigación y trabajo de Edipo recuerda un poco a las novelas policíacas que tanto hemos leído, y que tanto enganchan al lector.



Por todo esto, por la simbología siempre presente que introduce Sófocles, por los nudos y relaciones que inesperadamente surgen, por la trascendencia que ha tenido en la literatura y en la psicología, y por mucho más, Edipo Rey se convierte en el máximo exponente de la tragedia griega, y en una de las obras sublimes de la literatura universal.

Vicente Coll Navarro

sábado, 12 de abril de 2014

Comentarios a los poemas propuestos en las PAU. Baudelaire.

Como no nos ha dado tiempo a trabajar todos los poemas en clase, consultad este archivo con los Poemas comentados En él encontraréis propuestas de comentarios de los textos seleccionados para las PAU y algunos otros más.
Antes de leer los comentarios de otros, es importantísismo que trabajéis vosotros cada poema, extraigáis vuestras propias conclusiones, penséis cómo enfocaríais el comentario (selección de aspectos  más significativos de cada uno de ello). Solo entonces, consultad lo que otros dicen al respecto.

jueves, 10 de abril de 2014

Claves poéticas de Las flores del mal

Claves poéticas de Las flores del mal (1857)

1. Baudelaire parte de un concepto de Belleza ambivalente (en el «Himno a la belleza» se pregunta «¿Vienes del hondo cielo o del abismo sales, Belleza?»). La Belleza es búsqueda de lo ideal, deseo de perfección, arte y amor. Pero esta búsqueda está abocada al fracaso, al spleen (melancolía, tedio, tristeza pensativa, fastidio, marginación…), terreno donde crecerán las flores del mal.

2. El libro Las flores del mal supone una celebración del mal, de la belleza del satanismo que escandalizó a la sociedad del momento. La propensión a las profundidades diabólicas y la conciencia del mal son las condiciones sin las cuales el ser no puede convertirse en artista; esta conciencia no es fruto de una claridad, sino por el contrario una oscura bajada a las tinieblas del alma, donde se experimenta el vértigo de la nada. El artista sabe así apreciar cómo sobre el mal crecen las flores o cómo el fango se convierte en oro creativo: «me abren la puerta / de un infinito al que amo y nunca he conocido», afirma en el «Himno a la belleza».

3. Por ello, en la poesía de Baudelaire es básico el concepto de correspondencia, o concepción del mundo como dualidad de fuerzas materiales y espirituales, atractiva y repulsiva a la vez, que conduce hacia la pureza y la inocencia, o hacia la corrupción y el vicio. La escritura poética y la mujer también participan de esta concepción dual. En sus Notas sobre Edgar Allan Poe (1857), Baudelaire aclara el concepto de correspondencia: «Es este admirable, este instinto inmortal de la belleza que nos hace considerar la tierra y sus actuaciones como una visión general como una correspondencia de los cielos. La sed insaciable de todo lo que está más allá y revela la vida es la prueba más evidente de nuestra inmortalidad. Es por la poesía y a través de poesía, y a través de la música el alma ve esplendores situados detrás de la tumba.»

- Baudelaire canta a la mujer, la celebra y la exalta como objeto de culto, pero es consciente de que tiene una doble imagen. Su estética se condensa en la frase «la mujer es natural; es decir, abominable». La mujer baudeleriana es una luz, una mirada, una invitación a la felicidad; es consuelo y esperanza, pero también instrumento de destrucción y corrupción. No sabe si la belleza viene del cielo o del infierno, pero en todo caso es inhumana en cuanto representa la perfección, inevitablemente única y helada.

- En el terreno poético, la misión del poeta simbolista consiste en descubrir los significados ocultos que se esconden más allá de la realidad sensible («Correspondencias»). Las cosas que sentimos y conocemos no son más que símbolos de una «suprarrealidad»; de ahí que el poeta deba hallar las correspondencias (en el gato, la carroña, el perfume, el albatros…). Y para sugerir (la palabra poética, más que por su significado, interesa por lo que sugiere y evoca) esos significados ocultos, esas correspondencias misteriosas, se recurre sobre todo a la musicalidad de las palabras («¡La música ante todo!», decía Verlaine) y a la sinestesia o cruce de sensaciones. Lo esencial del poema es que suscite imágenes, sensaciones o significados asociados, que cree atmósferas anímicas que permitan expresar las emociones y sensaciones más íntimas e irreales. Para el poeta la base del conocimiento son los sentidos y el espíritu frente a la razón, de ahí la importancia de la sinestesia.

4. De esta manera, el Poeta se convierte en el mediador de los tiempos modernos, capaz de realizar en sí mismo todos los oximorones necesarios y posibles. En su corazón dolorido se mezclan el mundo terrenal con el mundo celestial, el bien y el mal, inmovilizados o trasformados durante un momento huidizo o imaginario. A través de la palabra poética, el artista intenta, pues, descubrir los secretos y misterios de la realidad.

- Para Baudelaire, el Poeta debe expresar el espíritu de su época siendo consciente de la paradoja trágica del hombre: que busca lo absoluto e infinito, pero cuya realidad es decepcionante debido a sus limitaciones temporales y a un carácter individual imperfecto e incomunicable. Como dice Baudelaire, «La modernidad es lo transitorio, lo fugaz, lo contingente, la mitad del arte cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable.

5. Consecuentemente, la poética de Baudelaire implica una nueva manera de contar el mundo y a sí mismo. Unas veces desde el realismo y el lenguaje ordinario, la poesía adquiere la posibilidad del máximo realismo- El fiscal que acusó a Flaubert y Baudelaire habló de un delito de realismo, que en el caso del poeta era «ofensivo para el pudor». La cabellera de su amada (XXIII) le evoca paisajes exóticos, pero su punto de comparación es del lenguaje ordinario: «¡Éxtasis! ¡Para poblar esta noche la alcoba oscura / de recuerdos que duermen en esta cabellera, / la quiero agitar en el aire como un pañuelo!» Otras veces, dice que el corazón queda oprimido «como un papel que se arruga», o que una bella mujer oscila la cabeza como «un jeune éléphant». El crepúsculo de la mañana es peor que el anochecer porque acaba con las piadosas ilusiones de la sombra «donde, como un ojo sangriento que palpita y que se mueve, / la lámpara sobre el día pone una macha roja» y hasta el canto del gallo resulta horrible: «como un sollozo cortado por ua sangre espumeante, / el canto del gallo a lo lejos desgarraba el aire brumoso».

- Realismo baudelariano en el tema de la gran ciudad. El realismo, además de ser un nuevo modo de ver, amplía el horizonte temático de la gran ciudad, multitudinaria y anónima. Es el locus auténtico del poeta, que llega a reaccionar ocasionalmente como dandy en los paseos elegantes, para dar una bofetada al espíritu dominante. En el poema «A une passante», XCIII, hay un arranque sentimental: (¡Oh tú a quien yo habría amado! ¡Oh tú que lo sabías!), donde en lo se refiere al secreto de la vida.

- La gran ciudad permite una compasión atenta y minuciosa de las ancianas, acaso un día bellas y amadas y hoy arrugadas y empequeñecidas. El poeta piensa en sus ataúdes: «(a menos que, meditando sobre la geometría, / no busque, ante el aspecto de esos miembros discordes, / cuántas veces hace falta que el obrero varíe / la forma de la caja donde se meten esos cuerpos).» Otras veces habla de «Los siete viejos», XC, o de «El vino de los traperos», CV, en que el miserable se sueña transformado en héroe moral, redentor de la humanidad.

6. Otras veces la poesía sigue la traza de lo puro, bello y luminosos. Detrás de la realidad tangible siempre hay un contraste ideal. En «Sueño parisiense», CII, el poeta traza un mundo puro, bello y luminosos, que se vuelve terrible porque le hace despertar a la realidad de su rincón ciudadano.


7. El deseo de no limitarse a un aspecto le lanza hacia el imperativo de la totalidad. Baudelaire pensaba que quien no fuera capaz de pintarlo todo no sería poeta. Pero eso se refiere no solo al mundo observado, sino también al propio poeta, en su totalidad, y por tanto, despersonalizado, desindividualizado, con todas las paradojas y ambivalencias del ser humano, expresadas en sucesivas alternancias de estados de ánimo. Dice en un texto que le complacía pasar por depravado, borracho e impío, cuando de hecho era casto, sobrio e inclinado a la devoción. Este mundo de contrastes puede ejemplificarse con su más famosa confesión: «En este libro atroz he puesto todo mi corazón, toda mi ternura, toda mi religión (disfrazada), todo mi odio. Es verdad que juraré por mis grandes dioses que es un libro de arte puro» (Carta a Ancelle a propósito del proceso de Fleurs du mal).

(Apuntes aportados por el coordinador de esta materia en las PAU)

martes, 1 de abril de 2014

Poema Al Lector, de Baudelaire

El poema “Al lector” de Baudelaire, constituye el prólogo con que este autor “maldito”, precursor del simbolismo, encabeza su poemario Las flores del mal. Esta obra ha condicionado toda la poesía posterior que se ha escrito desde finales del siglo XIX hasta la actualidad.
            Este manifiesto escrito en diez estrofas (octavas) constituye una declaración de intenciones del propio autor. Desde el principio se nos advierte que el Bien y el Mal son dos constituyentes mediatos de la realidad aunque él se decanta por el Mal como símbolo corrosivo degradante y amoral de lo que quiere criticar: una burguesía acomodada, ficticia, alienada, que busca en el mundo una superficialidad evasiva de la realidad. Frente a ello, el poeta debe hurgar, escarbar en la mente del lector,  hasta sacar del receptor lo más hondo, oculto, profundo que se haya en su interior: el Mal.
            En la primera estrofa sorprende la enumeración gradativa y gravativa de pecados o males capitales: la necedad engendra ignorancia; el error estulticia y equivocación; el pecado la derivación de la conciencia hacia lo maligno; la tacañería o la avaricia no tiene que ser únicamente material sino también espiritual. Todos estos rasgos o cualidades negativas anidan en nuestro cuerpo, se han adueñado de nuestro espíritu, forman parte de nuestro ser. Por lo tanto, no se es mendigo por no disponer de alimento, sino por tener cualidades morales que se apartan de la bondad.
            La segunda estrofa incide en lo mismo que la anterior: no podemos erradicar el Mal, bien porque no queremos o porque falta dicha voluntad. El Mal retorna siempre, porque extraemos más placer del mismo que del Bien. Parodiándolo, podríamos afirmar que “lo mejor del arrepentimiento es el pecado”. La propia biografía del autor subraya su vida díscola enredado en amores con hetairas en una vorágine de drogas, sexo y alcohol. El camino cenagoso, al que alude en el verso de esta estrofa, es el propio camino de la existencia, tópico literario del vita fumen. El adjetivo con su matiz negativo hace referencia explícita a una existencia enajenada donde solo observamos la maldad, la crueldad, la vileza, la estulticia, la codicia, la avaricia, el arrepentimiento. Las lágrimas no son purificadoras, puesto que no son sinceras, solo sirven para callar nuestra conciencia.
            La estrofa tercera hace referencia a Satán Trimegisto, referencia ineludible al dios Thot. ¿Qué ocurriría si al hombre no lo hubiera creado Dios, sino Satán? ¿Cuál sería nuestra concepción de la vida entonces? Si el diablo en su sapiencia nos hubiese compuesto orgánicamente para el Mal, ¿qué razón habría para denostar el Mal? Nuestro espíritu está encantado o atraído hacia esa rama denominada “negativa” del Mal, sin embargo, si la voluntad nos orienta al pecado y extraemos más placer del mismo que de la virtud, ¿cuál es el sentido de obrar rectamente?
            La estrofa cuarta, el diablo ocupa ese papel protagónico. No se puede huir del Mal porque Satán es el demiurgo que empuña los hilos de nuestra existencia. Por ello los objetos repugnantes son considerados como atractivos, lo que se incardina con la estética de la fealdad en Baudelaire. El infierno supone un camino de descenso, pero ya no al horror o a la vacuidad, pese que a las tinieblas hiedan.
            La estrofa quinta vuelve a concretar esa idea en el personaje del libertino (ser amoral que huye de lo convencional: su amoralidad radica en su inmoralidad). La moral cristiana versa sobre el Bien; la inmoralidad es apartarse, precisamente, de ese Bien. La amoralidad sería superadora del Bien y del Mal, puesto que ya no hay una concepción dual o maniquea del mismo. La ramera de la que habla en esta estrofa, da lo mismo que sea mujer u objeto, no importa la profesión u oficio. Es vieja, pero este valor como epíteto, indica no la antigüedad de su oficio sino la calidad moral que había en el mismo, perpetuándose en el tiempo. La primera ramera de la historia es la propia creación, puesto que al parir al pecado ha abierto esa caja de Pandora que ha permitido que el Mal se extienda se propague por todos los confines del universo. El placer, al compararlo con la metáfora de la naranja con forma ovalada, remite a cierta acidez dulzona de nuestra propia existencia. El Mal atrae, pero aun así nos gusta saborearlo.
En la décima estrofa nos encontramos rasgos del tedio, que lo vuelve a personificar, que bosteza y llena de lagrimas sus ojos (acto involuntario). Mientras bosteza tranquilamente y fuma su pipa, sueña con patíbulos, por lo tanto implica una agonía. El tedio puede que no empuje al hombre a cometer graves pecados pero si lo mantiene en una inactividad que luego recogerán Kafka, Sartre, Camus y Unamuno, dentro de la filosofía existencialista. Cuando en el verso tercero de esta estrofa se habla del “delicado monstruo”, a parte de la antítesis evidente, hay un oxímoron que puede tener una apariencia inofensiva pero que también puede llegar a cometer grandes cosas (otra vez el juego de la teoría de la correspondencia). Cierra la estrofa dirigido el poema al hipócrita lector, porque en el fondo, todos somos hipócritas en nuestro ámbito de actuación. Al igual al receptor con el vocativo “mi hermano, mi semejante” no solamente habla de nosotros como receptor sino que se está igualando, uniéndose a nosotros.
A modo de conclusión, de este poema podemos sacar varios ejes temáticos que luego analizaremos en detalle en la lectura de los diferentes poemas:
1.      La voluptuosidad del Mal en la que se complace y tortura el pecador. El Mal atrae porque es bello, no hay noción del pecado.
2.      El diablo desempeña un papel fundamental como jefe del Mal: si Satán ha creado al hombre y no Dios es lógico pensar que nos atraiga el Mal que el Bien.
3.      La vida interior supone a veces un descenso al infierno, al vicio: esta idea no es original de Baudelaire, la toma prestada del humanista renacentista italiano Dante Alighieri, autor de la Divina Comedia donde el propio poeta donde acompañado por Virgilio, baja al inframundo en un recorrido que abarca desde el infierno, al purgatorio y al cielo.
4.      La muerte es ineludible, inevitable. Si se concibe como ciclo biológico hay que perder el miedo ante ella.
5.      La constitución esencialmente pecadora del hombre y su instintiva natural tendencia al caos.
6.      El tedio, el spleen, el aburrimiento como la no participación, la negación del yo como ente, de la vida y de Dios como pecado fundamental del espíritu.

(Análisis correspondiente al realizado por Pedro J. Bueno en su blog de Literatura Universal  http://liteuni.blogspot.com.es/2012/05/al-lector-baudelaire.html)

jueves, 20 de marzo de 2014

Madame Bovary, adaptación cinematográfica de Vicente Minelli

Aunque son  varias las versiones de la novela que se han filmado para la pantalla grande y para la televisión y casi todas tienen su interés como adaptaciones del texto de Flaubert, quizá la que mejor nos permita comentar algunos aspectos de la obra es la de 1949, con Vicente Minelli como director.
No es una adaptación literal pero está bien filmada y resume con acierto el texto, especialmente la trama sentimental. Además introduce una escena-marco (a modo de prólogo y epílogo) que contextualiza la publicación de la novela y nos permite entender mejor la resonancia social que tuvo la misma (el juicio por inmoralidad contra su autor) 
Lógicamente, por acertada que sea la adaptación al lenguaje cinematográfico, del estilo del autor queda poco. Para valorarlo y disfrutarlo hay que volver a perderse entre las páginas de su novela. 


(Dos consideraciones: la primera : al basarse en la trama argumental, la película se adscribe al género del melodrama; la segunda: el personaje de Charles Bovary se distancia en su caracterización de trazado por Flaubert en su novela)

Madame Bovary, otras secuencias

Como ya os comenté, aquí tenéis otra adaptación cinematográfica repartida en diez secciones (como os daréis cuenta, falta la cuarta, cuyo video, por el momento no está disponible)

Gustave Flauvert

En un estupendo blog dedicado también a esta materia, el del IES Joaquín Rodrigo de Madrid, he encontrado un material que nos puede servir de punto de partida para iniciar el estudio de la vida de Flaubert y su obra. Son una especie de viñetas con algunos datos y curiosidades sobre Madame Bovary y sus autor.
La fuente original corresponde al blog de otra compañera (http.//libroblogliu.blogspot.com.es/2014/01/flaubert.html) , a la que felicito por su trabajo y espero que no le importe compartir el fruto del mismo.

Para profundizar en todos los aspectos de la obra, os remito a los apuntes proporcionados por el coordinador de esta materia en las PAU. No dejéis de consultarlos. Os facilito el enlace a los mismos. Pincha aquí.




domingo, 16 de febrero de 2014

Jonathan Swift : Los viajes de Gulliver

 Jonathan Swift (1667-1745) escritor político y satírico anglo-irlandés, está considerado como uno de los maestros de la prosa en inglés y de los más apasionados satirizadores de la locura y la arrogancia humanas. Sus numerosos escritos políticos, textos en prosa, cartas y poemas tienen como característica común el uso de un lenguaje efectivo y económico.
Nacido en Dublín en 1667, estudió en el Trinity College de dicha ciudad. Obtuvo un empleo en Inglaterra como secretario del diplomático y escritor William Temple, pariente lejano de su madre. Las relaciones con su patrón no fueron especialmente cordiales y, en 1694, el joven Jonathan regresó a Irlanda, donde se ordenó sacerdote. Tras la reconciliación con Temple, volvió a su servicio en 1696. Supervisó la educación de Esther Johnson, hija de la recién enviudada hermana de Temple, y permaneció con el caballero hasta su muerte, en 1699. Durante ese tiempo, Swift, aunque tuvo frecuentes discusiones con su patrón, dispuso de gran cantidad de tiempo para la lectura y la escritura.
PRIMEROS ESCRITOS
Entre sus primeros trabajos en prosa se encuentra La batalla entre los libros antiguos y modernos (1697), una mofa de las discusiones literarias del momento, que trataban de valorar si eran mejores las obras de la antigüedad o las modernas. En esta obra suya, el autor irlandés se puso de parte de los maestros antiguos y, con gran mordacidad, atacó la pedantería y el espíritu escolástico de los escritores de su tiempo. Su Historia de una bañera (1704) es el más divertido y original de sus escritos satíricos. En él, Swift ridiculizó con soberbia ironía varias formas de pedantería y pretenciosidad, especialmente en los terrenos de la religión y la literatura. Este libro despertó serias dudas sobre la ortodoxia religiosa de su autor, y se cree que, a causa del enfado que produjo en la reina Ana Estuardo, perdió sus prerrogativas dentro de la iglesia de Inglaterra.
Aunque en teoría era un whig, Swift mantenía importantes diferencias de criterio con sus compañeros de partido. En 1710, subió al poder en Inglaterra el partido tory, y el inconformista autor irlandés se
pasó rápidamente a sus filas. Comenzó a dirigir entonces sus ataques contra los whigs, a través de una serie de brillantes textos cortos,  en los que defendía abiertamente la política social del gobierno tory. 

 STELLA Y VANESSA
Swift comenzó sus Cartas a Stella en 1710. Stella era el nombre que él utilizaba para dirigirse a Esther Johnson, quien por entonces vivía en Dublín. Esta serie de cartas íntimas, en las que aparece numerosos vocablos propios del lenguaje infantil, revelan un curioso aspecto de la enigmática personalidad del satirista irlandés. Los especialistas no tienen muy claro cuál era el tipo de relación que existía entre tutor y alumna. Es posible incluso que se hubieran casado en secreto. La otra mujer
de la que se tiene noticia en la vida de Swift fue Esther Vanhomrigh, también alumna suya, hija de un comerciante de Dublín de origen holandés, y a la que él llamaba Vanessa, se enamoró perdidamente de su tutor, pero él no correspondió nunca a ese amor.
En 1717, fue nombrado deán de la catedral de San Patricio de Dublín. Al año siguiente, el partido tory perdió el poder, y su influencia política desapareció por completo. Entre 1724 y 1725 publicó anónimamente Cartas de Drapier, una serie de apasionados y efectivos panfletos en los que intentaba defender la validez de la moneda irlandesa, y que ocasionaron el fin del permiso otorgado por la corona a un comerciante inglés para acuñar monedas en Irlanda. Por esta y otras obras en las que apoyaba las reivindicaciones de su pueblo, se convirtió en un héroe entre los nacionalistas irlandeses. Una modesta proposición (1729), uno de estos textos reivindicativos, incluye una propuesta especialmente irónica, la de que los niños irlandeses pobres podían ser vendidos como carne para mejorar la dieta de los ricos, pues con ello se beneficiarían todos los sectores sociales.

 LOS VIAJES DE GULLIVER
 La obra maestra de Swift, Viajes a varios lugares remotos del planeta, titulada popularmente Los viajes de Gulliver, fue publicada como anónimo en 1726 y obtuvo un éxito inmediato. A pesar de que fue concebida originalmente como una sátira, un ataque ácido y alegórico contra la vanidad y la hipocresía de las cortes, los hombres de estado y los partidos políticos de su tiempo, el autor fue añadiendo, durante los seis años que tardó en escribirla, desgarradas reflexiones acerca de la naturaleza humana. Los viajes de Gulliver es, por tanto, una obra tremendamente amarga , una desabrida burla a la sociedad inglesa de su tiempo y por extensión al género humano. Aún así, es una narración tan imaginativa, ingeniosa y sencilla de leer, que el primer libro ha permanecido como un clásico de la literatura infantil. El cuarto libro, Gulliver en el país de los huim suele eliminarse de muchas ediciones juveniles por su excesiva mordacidad, ya que en el fondo lo que está planteando Swift es que la compañía de los animales —de los caballos, concretamente— es preferible y más estimulante que la de muchos humanos.

Sus últimos años, tras las muertes de Stella y Vanessa, se caracterizaron por una creciente soledad y asomos de demencia. Sufrió frecuentes ataques de vértigo y, tras un largo periodo de decadencia mental, murió, el 19 de octubre de 1745. Fue enterrado en la catedral de la que había sido deán, junto al sepulcro de Stella. Su epitafio, escrito por él mismo en latín, reza: "Aquí yace el cuerpo de Jonathan Swift, D., deán de esta catedral, en un lugar en que la ardiente indignación no puede ya lacerar su corazón. Ve, viajero, e intenta imitar a un hombre que fue un irreductible defensor de la libertad"
(Enciclopedia Encarta)


Primera Parte
Un viaje a Liliput
Capítulo 1
El autor da algunas referencias de sí y de su familia y de sus primeras inclinaciones a viajar. Naufraga, se salva a nado y toma tierra en el país de Liliput, donde es hecho prisionero e internado...

Mi padre tenía una pequeña hacienda en Nottinghamshire. De cinco hijos, yo era el tercero. Me mandó al Colegio Emanuel, de Cambridge, teniendo yo catorce años, y allí residí tres, seriamente aplicado a mis estudios; pero como mi sostenimiento, aun siendo mi pensión muy corta, representaba una carga demasiado grande para una tan reducida fortuna, entré de aprendiz con míster James Bates, eminente cirujano de Londres, con quien estuve cuatro años, y con pequeñas cantidades que mi padre me enviaba de vez en cuando fuí aprendiendo navegación y otras partes de las Matemáticas, útiles a quien ha de viajar, pues siempre creí que, más tarde o más temprano, viajar sería mi suerte. Cuando dejé a míster Bates, volví al lado de mi padre; allí, con su ayuda, la de mi tío Juan y la de algún otro pariente, conseguí cuarenta libras y la promesa de treinta al año para mi sostenimiento en Leida. En este último punto estudié Física dos años y siete meses, seguro de que me sería útil en largas travesías.
Poco después de mi regreso de Leida, por recomendación de mi buen maestro míster Bates, me coloqué de médico en el Swallow, barco mandado por el capitán Abraham Panell, con quien en tres años y medio hice un viaje o dos a Oriente y varios a otros puntos. Al volver decidí establecerme en Londres, propósito en que me animó míster Bates, mi maestro, por quien fuí recomendado a algunos clientes. Alquilé parte de una casa pequeña en la Old Jewry; y como me aconsejasen tomar estado, me casé con mistress Mary Burton, hija segunda de míster Edmund Burton, vendedor de medias de Newgate Street, y con ella recibí cuatrocientas libras como dote.
Pero como mi buen maestro Bates murió dos años después, y yo tenía pocos amigos, empezó a decaer mi negocio; porque mi conciencia me impedía imitar la mala práctica de tantos y tantos entre mis colegas. Así, consulté con mi mujer y con algún amigo, y determiné volverme al mar. Fui médico sucesivamente en dos barcos y durante seis años hice varios viajes a las Indias Orientales y Occidentales, lo cual me permitió aumentar algo mi fortuna. Empleaba mis horas de ocio en leer a los mejores autores antiguos y modernos, y a este propósito siempre llevaba buen repuesto de libros conmigo; y cuando desembarcábamos, en observar las costumbres e inclinaciones de los naturales, así como en aprender su lengua, para lo que me daba gran facilidad la firmeza de mi memoria.
El último de estos viajes no fue muy afortunado; me aburrí del mar y quise quedarme en casa con mi mujer y demás familia. Me trasladé de la Old Jewry a Fatter Lane y de aquí a Wapping, esperando encontrar clientela entre los marineros; pero no me salieron las cuentas. Llevaba tres años de aguardar que cambiaran las cosas, cuando acepté un ventajoso ofrecimiento del capitán William Pritchard, patrón del Antelope, que iba a emprender un viaje al mar del Sur. Nos hicimos a la mar en Bristol el 4 de mayo de 1699, y la travesía al principio fue muy próspera.
No sería oportuno, por varias razones, molestar al lector con los detalles de nuestras aventuras en aquellas aguas. Baste decirle que en la travesía a las Indias Orientales fuimos arrojados por una violenta tempestad al noroeste de la tierra de Van Diemen. Según observaciones, nos encontrábamos a treinta grados, dos minutos de latitud Sur. De nuestra tripulación murieron doce hombres, a causa del trabajo excesivo y la mala alimentación, y el resto se encontraba en situación deplorable. El 15 de noviembre, que es el principio del verano en aquellas regiones, los marineros columbraron entre la espesa niebla que reinaba una roca a obra de medio cable de distancia del barco; pero el viento era tan fuerte, que no pudimos evitar que nos arrastrase y estrellase contra ella al momento. Seis tripulantes, yo entre ellos, que habíamos lanzado el bote a la mar, maniobramos para apartarnos del barco y de la roca. Remamos, según mi cálculo, unas tres leguas, hasta que nos fue imposible seguir, exhaustos como estábamos ya por el esfuerzo sostenido mientras estuvimos en el barco. Así, que nos entregamos a merced de las olas, y al cabo de una media hora una violenta ráfaga del Norte volcó la barca. Lo que fuera de mis compañeros del bote, como de aquellos que se salvasen en la roca o de los que quedaran en el buque, nada puedo decir; pero supongo que perecerían todos. En cuanto a mí, nadé a la ventura, empujado por viento y marea. A menudo alargaba las piernas hacia abajo, sin encontrar fondo; pero cuando estaba casi agotado y me era imposible luchar más, hice pie. Por entonces la tormenta había amainado mucho.
El declive era tan pequeño, que anduve cerca de una milla para llegar a la playa, lo que conseguí, según mi cuenta, a eso de las ocho de la noche. Avancé después tierra adentro cerca de media milla, sin descubrir señal alguna de casas ni habitantes; caso de haberlos, yo estaba en tan miserable condición que no podía advertirlo. Me encontraba cansado en extremo, y con esto, más lo caluroso del tiempo y la media pinta de aguardiente que me había bebido al abandonar el barco, sentí que me ganaba el sueño. Me tendí en la hierba, que era muy corta y suave, y dormí más profundamente que recordaba haber dormido en mi vida, y durante unas nueve horas, según pude ver, pues al despertarme amanecía. Intenté levantarme, pero no pude moverme; me había echado de espaldas y me encontraba los brazos y las piernas fuertemente amarrados a ambos lados del terreno, y mi cabello, largo y fuerte, atado del mismo modo. Asimismo, sentía varias delgadas ligaduras que me cruzaban el cuerpo desde debajo de los brazos hasta los muslos. Soló podía mirar hacia arriba; el sol empezaba a calentar y su luz me ofendía los ojos. Oía yo a mi alrededor un ruido confuso; pero la postura en que yacía solamente me dejaba ver el cielo. Al poco tiempo sentí moverse sobre mi pierna izquierda algo vivo, que, avanzando lentamente, me pasó sobre el pecho y me llegó casi hasta la barbilla; forzando la mirada hacia abajo cuanto pude, advertí que se trataba de una criatura humana cuya altura no llegaba a seis pulgadas, con arco y flecha en las manos y carcaj a la espalda. En tanto, sentí que lo menos cuarenta de la misma especie, según mis conjeturas, seguían al primero. Estaba yo en extremo asombrado, y rugítan fuerte, que todos ellos huyeron hacia atrás con terror; algunos, según me dijeron después, resultaron heridos de las caídas que sufrieron al saltar de mis costados a la arena. No obstante, volvieron pronto, y uno de ellos, que se arriesgó hasta el punto de mirarme de lleno la cara, levantando los brazos y los ojos con extremos de admiración, exclamó con una voz chillona, aunque bien distinta: Hekinah degul. Los demás repitieron las mismas palabras varias veces; pero yo entonces no sabía lo que querían decir. El lector me creerá si le digo que este rato fue para mí de gran molestia. Finalmente, luchando por libertarme, tuve la fortuna de romper los cordeles y arrancar las estaquillas que me sujetaban a tierra el brazo izquierdo -pues llevándomelo sobre la cara descubrí el arbitrio de que se habían valido para atarme-, y al mismo tiempo, con un fuerte tirón que me produjo grandes dolores, aflojé algo las cuerdecillas que me sujetaban los cabellos por el lado izquierdo, de modo que pude volver la cabeza unas dos pulgadas. Pero aquellas criaturas huyeron otra vez antes de que yo pudiera atraparlas.
Sucedido esto, se produjo un enorme vocerío en tono agudísimo, y cuando hubo cesado, oí que uno gritaba con gran fuerza: Tolpo phonac. Al instante sentí más de cien flechas descargadas contra mi mano izquierda, que me pinchaban como otras tantas agujas; y además hicieron otra descarga al aire, al modo en que en Europa lanzamos por elevación las bombas, de la cual muchas flechas me cayeron sobre el cuerpo -por lo que supongo, aunque yo no las noté- y algunas en la cara, que yo me apresuré a cubrirme con la mano izquierda. Cuando pasó este chaparrón de flechas oí lamentaciones de aflicción y sentimiento; y hacía yo nuevos esfuerzos por desatarme, cuando me largaron otra andanada mayor que la primera, y algunos, armados de lanzas, intentaron pincharme en los costados. Por fortuna, llevaba un chaleco de ante que no pudieron atravesar.
Juzgué el partido más prudente estarme quieto acostado; y era mi designio permanecer así hasta la noche, cuando, con la mano izquierda ya desatada, podría libertarme fácilmente. En cuanto a los habitantes, tenía razones para creer que yo sería suficiente adversario para el mayor ejército que pudieran arrojar sobre mí, si todos ellos eran del tamaño de los que yo había visto. Pero la suerte dispuso de mí en otro modo. Cuando la gente observó que me estaba quieto, ya no disparó más flechas; pero por el ruido que oía conocí que la multitud había aumentado, y a unas cuatro yardas de mí, hacia mi oreja derecha, oí por más de una hora un golpear como de gentes que trabajasen. Volviendo la cabeza en esta dirección tanto cuanto me lo permitían las estaquillas y los cordeles, vi un tablado que levantaba de la tierra cosa de pie y medio, capaz para sostener a cuatro de los naturales, con dos o tres escaleras de mano para subir; desde allí, uno de ellos, que parecía persona de calidad, pronunció un largo discurso, del que yo no comprendí una sílaba.
Olvidaba consignar que esta persona principal, antes de comenzar su oración, exclamó tres veces: Langro dehul san. (Estas palabras y las anteriores me fueron después repetidas y explicadas.) Inmediatamente después, unos cincuenta moradores se llegaron a mí y cortaron las cuerdas que me sujetaban al lado izquierdo de la cabeza, gracias a lo cual pude volverme a la derecha y observar la persona y el ademán del que iba a hablar. Parecía el tal de mediana edad y más alto que cualquiera de los otros tres que le acompañaban, de los cuales uno era un paje que le sostenía la cola, y aparentaba ser algo mayor que mi dedo medio, y los otros dos estaban de pie, uno a cada lado, dándole asistencia. Accionaba como un consumado orador y pude distinguir en su discurso muchos períodos de amenaza y otros de promesas, piedad y cortesía. Yo contesté en pocas palabras, pero del modo más sumiso, alzando la mano izquierda, y los ojos hacia el sol, como quien lo pone por testigo; y como estaba casi muerto de hambre, pues no había probado bocado desde muchas horas antes de dejar el buque, sentí con tal rigor las demandas de la Naturaleza, que no pude dejar de mostrar mi impaciencia -quizá contraviniendo las estrictas reglas del buen tono - llevándome el dedo repetidamente a la boca para dar a entender que necesitaba alimento. El hurgo -así llaman ellos a los grandes señores, según supe después- me comprendió muy bien. Bajó del tablado y ordenó que se apoyasen en mis costados varias escaleras; más de un centenar de habitantes subieron por ellas y caminaron hacia mi boca cargados con cestas llenas de carne, que habían sido dispuestas y enviadas allí por orden del rey a la primera seña que hice. Observé que era la carne de varios animales, pero no pude distinguirlos por el gusto. Había brazuelos, piernas y lomos formados como los de carnero y muy bien sazonados, pero más pequeños que alas de calandria. Yo me comía dos o tres de cada bocado y me tomé de una vez tres panecillos aproximadamente del tamaño de balas de fusil. Me abastecían como podían buenamente, dando mil muestra de asombro y maravilla por mi corpulencia y mi apetito. Hice luego seña de que me diesen de beber. Por mi modo de comer juzgaron que no me bastaría una pequeña cantidad, y como eran gentes ingeniosísimas, pusieron en pie con gran destreza uno de sus mayores barriles y después lo rodaron hacia mi mano y le arrancaron la parte superior; me lo bebí de un trago, lo que bien pude hacer, puesto que no contenía media pinta, y sabía como una especie de vinillo de Burgundy, aunque mucho menos sabroso. Trajéronme un segundo barril, que me bebí de la misma manera, e hice señas pidiendo más; pero no había ya ninguno que darme. Cuando hube realizado estos prodigios, dieron gritos de alborozo y bailaron sobre mi pecho, repitiendo varias veces, como al principio hicieron: Hekinah degul. Me dieron a entender que echase abajo los dos barriles, después de haber avisado a la gente que se quitase de en medio gritándole: Borach mivola; y cuando vieron por el aire los toneles estalló un grito general de: Hekinah degul. Confieso que a menudo estuve tentado, cuando andaban paseándoseme por el cuerpo arriba y abajo, de agarrar a los primeros cuarenta o cincuenta que se me pusieran al alcance de la mano y estrellarlos contra el suelo; pero el recuerdo de lo que había tenido que sufrir, y que probablemente no era lo peor que de ellos se podía temer, y la promesa que por mi honor les había hecho -pues así interpretaba yo mismo mi sumisa conducta-, disiparon pronto esas ideas. Además, ya entonces me consideraba obligado por las leyes de la hospitalidad a una gente que me había tratado con tal esplendidez y magnificencia /.../

Cuarta parte.
Capítulo quinto

/.../  Ya le había yo dicho que algunos hombres de nuestra tripulación habían salido de su país a causa de haberles arruinado la ley, palabra ésta cuyo significado le había explicado ya; pero no podía comprender cómo era posible que la ley, creada para la protección de todos los hombres, pudiera ser la ruina de ninguno. Por consiguiente, me rogaba que le enterase mejor de lo que quería decirle cuando le hablaba de ley y de los dispensadores de ella, con arreglo a la práctica de mi país, porque él suponía que la Naturaleza y la razón eran guías suficientes para indicar a un animal razonable, como nosotros imaginábamos ser, qué debía hacer y qué debía evitar.
Aseguré a su señoría que la ley no era ciencia en que yo fuese muy perito, pues no había ido más allá de emplear abogados inútilmente con ocasión de algunas injusticias que se me habían hecho; sin embargo, le informaría hasta donde mis alcances llegaran.
Díjele que entre nosotros existía una sociedad de hombres educados desde su juventud en el arte de probar con palabras multiplicadas al efecto que lo blanco es negro y lo negro es blanco, según para lo que se les paga. «El resto de las gentes son esclavas de esta sociedad. Por ejemplo: si mi vecino quiere mi vaca, asalaria un abogado que pruebe que debe quitarme la vaca. Entonces yo tengo que asalariar otro para que defienda mi derecho, pues va contra todas las reglas de la ley que se permita a nadie hablar por si mismo. Ahora bien; en este caso, yo, que soy el propietario legítimo, tengo dos desventajas. La primera es que, como mi abogado se ha ejercitado casi desde su cuna en defender la falsedad, cuando quiere abogar por la justicia -oficio que no le es natural- lo hace siempre con gran torpeza, si no con mala fe. La segunda desventaja es que mi abogado debe proceder con gran precaución, pues de otro modo le reprenderán los jueces y le aborrecerán sus colegas, como a quien degrada el ejercicio de la ley. No tengo, pues, sino dos medios para defender mi vaca. El primero es ganarme al abogado de mi adversario con un estipendio doble, que le haga traicionar a su cliente insinuando que la justicia está de su parte. El segundo procedimiento es que mi abogado dé a mi causa tanta apariencia de injusticia como le sea posible, reconociendo que la vaca pertenece a mi adversario; y esto, si se hace diestramente, conquistará sin duda, el favor del tribunal. Ahora debe saber su señoría que estos jueces son las personas designadas para decidir en todos los litigios sobre propiedad, así como para entender en todas las acusaciones contra criminales, y que se los saca de entre los abogados más hábiles cuando se han hecho viejos o perezosos; y como durante toda su vida se han inclinado en contra de la verdad y de la equidad, es para ellos tan necesario favorecer el fraude, el perjurio y la vejación, que yo he sabido de varios que prefirieron rechazar un pingüe soborno de la parte a que asistía la justicia a injuriar a la Facultad haciendo cosa impropia de la naturaleza de su oficio.
»Es máxima entre estos abogados que cualquier cosa que se haya hecho ya antes puede volver a hacerse legalmente, y, por lo tanto, tienen cuidado especial en guardar memoria de todas las determinaciones anteriormente tomadas contra la justicia común y contra la razón corriente de la Humanidad. Las exhiben, bajo el nombre de precedentes, como autoridades para justificar las opiniones más inicuas, y los jueces no dejan nunca de fallar de conformidad con ellas.
»Cuando defienden una causa evitan diligentemente todo lo que sea entrar en los fundamentos de ella; pero se detienen, alborotadores, violentos y fatigosos, sobre todas las circunstancias que no hacen al caso. En el antes mencionado, por ejemplo, no procurarán nunca averiguar qué derechos o títulos tiene mi adversario sobre mi vaca; pero discutirán si dicha vaca es colorada o negra, si tiene los cuernos largos o cortos, si el campo donde la llevo a pastar es redondo o cuadrado, si se la ordeña dentro o fuera de casa, a qué enfermedades está sujeta y otros puntos análogos. Después de lo cual consultarán precedentes, aplazarán la causa una vez y otra, y a los diez, o los veinte, o los treinta años, se llegará a la conclusión.
»Asimismo debe consignarse que esta sociedad tiene una jerigonza y jerga particular para su uso, que ninguno de los demás mortales puede entender, y en la cual están escritas todas las leyes, que los abogados se cuidan muy especialmente de multiplicar. Con lo que han conseguido confundir totalmente la esencia misma de la verdad y la mentira, la razón y la sinrazón, de tal modo que se tardará treinta años en decidir si el campo que me han dejado mis antecesores de seis generaciones me pertenece a mí o pertenece a un extraño que está a trescientas millas de distancia.
»En los procesos de personas acusadas de crímenes contra el Estado, el método es mucho más corto y recomendable: el juez manda primero a sondear la disposición de quienes disfrutan el poder, y luego puede con toda comodidad ahorcar o absolver al criminal, cumpliendo rigurosamente todas las debidas formas legales.»
Aquí mi amo interrumpió diciendo que era una lástima que seres dotados de tan prodigiosas habilidades de entendimiento como estos abogados habían de ser, según el retrato que yo de ellos hacía, no se dedicasen más bien a instruir a los demás en sabiduría y ciencia. En respuesta a lo cual aseguré a su señoría que en todas las materias ajenas a su oficio eran ordinariamente el linaje más ignorante y estúpido; los más despreciables en las conversaciones corrientes, enemigos declarados de la ciencia y el estudio e inducidos a pervertir la razón general de la Humanidad en todos los sujetos de razonamiento, igual que en los que caen dentro de su profesión.
Capítulo 6
Continuación del estado de Inglaterra. -Carácter de un primer ministro de Estado en las Cortes europeas.
Mi amo seguía sin explicarse de ningún modo qué motivos podían excitar a esta raza de abogados a atormentarse, inquietarse, molestarse y constituirse en una confederación de injusticia sencillamente con el propósito de hacer mala obra a sus compañeros de especie; y tampoco entendía lo que yo quería decirle cuando le hablaba de que lo hacían por salario. Me vi y me deseé para explicarle el uso de la moneda, las materias de que se hace y el valor de los metales; que cuando un yahoo lograba reunir buen repuesto de esta materia preciosa podía comprar lo que le viniera en gana, los más lindos vestidos, las casas mejores, grandes extensiones de tierra, las viandas y bebidas más costosas, y podía elegir las hembras más bellas. En consecuencia, como sólo con dinero podían lograrse estos prodigios, nuestros yahoos creían no tener nunca bastante para gastar o para guardar, según que una propensión natural en ellos los inclinase al despilfarro o a la avaricia. Le expliqué que los ricos gozaban el fruto del trabajo de los pobres, y los últimos eran como mil a uno en proporción a los primeros, y que la gran mayoría de nuestras gentes se veían obligadas a vivir de manera miserable, trabajando todos los días por pequeños salarios para que unos pocos viviesen en la opulencia. Me extendí en estos y otros muchos detalles encaminados al mismo fin; pero su señoría seguía sin entenderme, pues partía del supuesto de que todos los animales tienen derecho a los productos de la tierra, y mucho más aquellos que dominan sobre todos los otros. De consiguiente, me pidió que le diese a conocer cuáles eran aquellas costosas viandas y cómo se nos ocurría desearlas a ninguno. Le enumeré cuantas se mevinieron a la memoria, con los diversos métodos para aderezarlas, cosa ésta que no podía hacerse sin enviar embarcaciones por mar a todas las partes de la tierra, así como para buscar licores que beber y salsas y otros innumerables ingredientes. Le aseguré que había que dar tres vueltas por lo menos a toda la redondez del mundo para que uno de nuestros yahoos hembras escogidos pudiese tomar el desayuno o tener una taza en que verterlo. Díjome que había de ser aquél un país bien pobre cuando no producía alimento para sus habitantes; pero lo que le asombraba principalmente era que en aquellas vastas extensiones de terreno que yo pintaba faltase tan por completo el agua dulce, que la gente tuviese precisión de ir a buscar que beber más allá del mar. Le repliqué que Inglaterra -el lugar amado en que yo había nacido- se calculaba que producía tres veces la cantidad de alimento que podrían consumir sus habitantes, así como licores extraídos de semillas o sacados, por presión, de los frutos de ciertos árboles, que son excelentes bebidas, y que la misma proporción existe por lo que hace a las demás necesidades de la vida. Mas para alimentar la lascivia y la intemperancia de los machos y la vanidad de las hembras, enviábamos a otros países la mayor parte de nuestras cosas precisas, y recibíamos a cambio los elementos de enfermedades, extravagancias y vicios para consumirlos nosotros. De aquí se sigue necesariamente que nuestras gentes, en gran numero, se ven empujadas a buscar su medio de vida en la mendicidad, el robo, la estafa, el fraude, el perjurio, la adulación, el soborno, la falsificación, el juego, la mentira, la bajeza, la baladronada, el voto, el garrapateo, la vista gorda, el envenenamiento, la hipocresía, el libelo, el filosofismo y otras ocupaciones análogas; términos todos éstos que me costó grandes trabajos hacerle comprender.
Añadí que el vino no lo importábamos de países extranjeros para suplir la falta de agua y otras bebidas, sino porque era una clase de licor que nos ponía alegres por el sistema de hacernos perder el juicio; divertía los pensamientos melancólicos, engendraba en nuestro cerebro disparatadas y extravagantes ideas, realzaba nuestras esperanzas y desterraba nuestros temores; durante algún tiempo suspendía todas las funciones de la razón y nos privaba del uso de nuestros miembros, hasta que caíamos en un sueño profundo. Aunque debía reconocerse que nos despertábamos siempre indispuestos y abatidos y que el uso de este licor nos llenaba de enfermedades que nos hacían la vida desagradable y corta.
«Pero además de todo esto -agregué-, la mayoría de las personas se mantienen en nuestra tierra satisfaciendo las necesidades o los caprichos de los ricos y viendo los suyos satisfechos mutuamente. Por ejemplo: cuando yo estoy en mi casa y vestido como tengo que estar, llevo sobre mi cuerpo el trabajo de cien menestrales; la edificación y el moblaje de mi casa suponen el empleo de otros tantos, y cinco veces ese número el adorno de mi mujer.»
En varias ocasiones había contado a su señoría que muchos hombres de mi tripulación habían muerto de enfermedad, y así, pasé a hablarle de otra clase de gente que gana su vida asistiendo a los enfermos. Pero aquí sí que tropecé con las mayores dificultades para llevarle a comprender lo que decía. Él podía concebir fácilmente que un houyhnhnm se sintiera débil y pesado unos días antes de morir, o que, por un accidente, se rompiese un miembro; pero que la Naturaleza, que lo hace todo a la perfección, consintiese que en nuestros cuerpos se produjera dolor ninguno, le parecía de todo punto imposible, y quería saber la causa de mal tan inexplicable. Yo le dije que nos alimentábamos con mil cosas que operaban opuestamente; que comíamos sin tener hambre y bebíamos sin que nos excitara la sed; que pasábamos noches enteras bebiendo licores fuertes, sin comer un bocado, lo que nos disponía a la pereza, nos inflamaba el cuerpo y precipitaba o retardaba la digestión. Añadí que no acabaríamos nunca si fuese a darle un catálogo de todas las enfermedades aque está sujeto el cuerpo humano, pues no serían menos de quinientas o seiscientas, repartidas por todos los miembros y articulaciones; en suma: cada parte externa o interna tenía sus enfermedades propias. Para remediarlas existía entre nosotros una clase de gentes instruidas en la profesión o en la pretensión de curar a los enfermos. Y como yo era bastante entendido en el oficio, por gratitud hacia su señoría iba a darle a conocer todo el misterio y el método con que procedíamos. Pero además de las enfermedades verdaderas estamos sujetos a muchas que son nada más que imaginarias, y para las cuales los médicos han inventado curas imaginarias también. Las tales tienen sus diversos nombres, así como las drogas apropiadas a cada cual, y con las tales hállanse siempre inficionados nuestros yahoos hembras.
Una gran excelencia de esta casta es su habilidad para los pronósticos, en los que rara vez se equivocan. Sus predicciones en las enfermedades reales que han alcanzado cierto grado de malignidad anuncian generalmente la muerte, lo que siempre está en su mano, mientras el restablecimiento no lo está; y, por lo tanto, cuando, después de haber pronunciado su sentencia, aparece algún inesperado signo de mejoría, antes que ser acusados de falsos profetas, saben cómo certificar su sagacidad al mundo con una dosis oportuna. Asimismo resulta de especial utilidad para maridos y mujeres que están aburridos de su pareja, para los hijos mayores, para los grandes ministros de Estado, y a menudo para los príncipes.
Había yo tenido ya ocasión de discurrir con mi amo sobre la naturaleza del gobierno en general, y particularmente sobre nuestra magnífica Constitución, legítima maravilla y envidia del mundo entero. Pero como acabase de nombrar incidentalmente a un ministro de Estado, me mandó al poco tiempo que le informase de qué especie de yahoos era lo que yo designaba con tal nombre en particular.
Le dije que un primer ministro, o ministro presidente, que era la persona que iba a pintarle, era un ser exento de alegría y dolor, amor y odio, piedad y cólera, o, por lo menos, que no hace uso de otra pasión que un violento deseo de riquezas, poder y títulos. Emplea sus palabras para todos los usos, menos para indicar cuál es su opinión; nunca dice la verdad sino con la intención de que se tome por una mentira, ni una mentira sino con el propósito de que se tome por una verdad. Aquellos de quienes peor habla en su ausencia son los que están en camino seguro de predicamento, y si empieza a hacer vuestra alabanza a otros o a vosotros mismos, podéis consideraros en el abandono desde aquel instante. Lo peor que de él se puede recibir es una promesa, especialmente cuando va confirmada por un juramento; después de esta prueba, todo hombre prudente se retira y renuncia a todas las esperanzas.
Tres son los métodos por que un hombre puede elevarse a primer ministro: el primero es saber usar con prudencia de una esposa, una hija o una hermana; el segundo, traicionar y minar el terreno al predecesor, y el tercero, mostrar en asambleas públicas furioso celo contra las corrupciones de la corte. Pero un príncipe preferirá siempre a los que practican el último de estos métodos; porque tales celosos resultan siempre los más rendidos y subordinados a la voluntad y a las pasiones de su señor. Estos ministros, como tienen todos los empleos a su disposición, se mantienen en el Poder corrompiendo a la mayoría de un Senado o un gran Consejo; y, por último, por medio de un expediente llamado Acta de Indemnidad -cuya naturaleza expliqué a mi amo-, se aseguran contra cualquier ajuste de cuentas que pudiera sobrevenir y se retiran de la vida pública cargados con los despojos de la nación.

ACTIVIDADES:
 Tras la lectura de los fragmentos, comenta algunas de las afirmaciones realizadas sobre el libro y, en especial, sintetiza en qué aspectos se centra la críitica en el último fragmento y su vigencia o superación.

Recomendación:
Si algún día queréis hacer un regalo especial a alguien al que le guste la lectura y la ilustración, la editorial Vicens Vives tiene una magnífica edición de este libro, una adaptación de Martin Jenkins con ilustraciones preciosas de Chris Riddell . Os lo recomiendo.



domingo, 9 de febrero de 2014

Algunos enlaces que os pueden ser útiles

Aquí tenéis algunos enlaces que os serán muy útiles :

- Si queréis entretenernos y , de paso, repasar algunos datos sobre los temas vistos, la página de "Testeando" es una buena propuesta:

http://www.testeando.es/asignatura.asp?idC=12&idA=31

- Para repasar algunos epígrafes de los diferentes temas ( no están todos), os puede ser muy útil este, "Cuestiones sobre literatura universal " (leed  el dedicado al tema de "Cervantes y la novela moderna", y complementad los apuntes nuestros)

http://www.uv.es/sfilesp/lit_universal/16%20nov/Literatura_Universal_Cuestiones.pdf

sábado, 8 de febrero de 2014

TEMA 3:  CERVANTES Y LA CREACIÓN DE LA NOVELA MODERNA

Cervantes es un escritor entre dos mundos. Su creación literaria, aparecida entre 1585 y 1616, es síntesis y cristalización del Humanismo y la cultura renacentista y, a la vez, reflejo del desencanto y la preocupación del espíritu barroco. Unida a la experiencia vital, su obra es fruto del contacto personal con el mundo en un periodo histórico en el que el vigor del imperio español empieza a declinar.
Dejando de lado su arte en los otros géneros, su importancia es trascendental en el campo de la novela. No sólo porque su obra narrativa, ante todo El Quijote, ocupa el lugar más significativo en nuestra literatura y en la universal, sino porque es el germen en el desarrollo del género: Cervantes es incuestionable creador de la novela moderna. Su aportación principal es la concepción de la novela como oscilación entre dos mundos: el real, como experiencia posible, y el ideal, como creación imaginativa según leyes poéticas; la trabazón de ambos mundos es lo que crea verosimilitud. Esto es lo que hace que El Quijote, por ejemplo, sea una armónica síntesis de vida soñada y vida vivida y, a la vez, una creación poética enraizada siempre en la realidad.

La novela moderna

La novela -tal y como la entendemos desde El Quijote- es un género derivado de la épica pero opuesto radicalmente a ella.
Los rasgos que definen este género, apuntados ya en el Lazarillo de Tormes y consolidados definitivamente por El Quijote son:

a) Realismo o verosimilitud. Rasgo esencial de la novela moderna: creación de una atmósfera a imagen del mundo real. "Cervantes pintó un mundo variopinto, multiforme, que retrata el estado de civilización del pueblo español en un momento preciso de su historia".

b) Carácter no heroico del protagonista. Ya no hay héroes, sino personajes, a diferencia de la épica primitiva. "Don Quijote es un simple hidalgo, nacido en un prosaico lugar de la Mancha, insatisfecho con su vida y lleno de ilusiones irrealizables".

c) Evolución del carácter del personaje a lo largo de la obra. En oposición a los inamovibles héroes caballerescos, los personajes novelescos se van haciendo ante los ojos del lector. Ya se ha hablado del mutuo influjo entre don Quijote y Sancho.

d) Consciencia del enfrentamiento entre el individuo y la sociedad. Tema esencial en El Quijote.

e) Coherencia interna del relato. La novela renacentista se caracterizó por la presencia de diversas aventuras no ensartadas. "Cervantes logra en su novela integrar todos los personajes y acontecimientos en torno a don Quijote, lo que proporciona unidad y coherencia a las dos largas partes de que se compone la novela".

f) Narración dialogada. El diálogo de la novela moderna "debe ser heterofónico, es decir, cada personaje debe hablar con voz propia, de modo que sus palabras sirvan además para su caracterización".


Podríamos concluir diciendo que no fue raro que esto ocurriera en España, cuya literatura siempre estuvo más cercana a las características enumeradas anteriormente (sobre todo al realismo) que las restantes literaturas europeas.


EL QUIJOTE
 El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha se publicó en dos partes: La primera en 1605 con éxito inmediato; la segunda en 1615.

La acción de la primera parte (1605), compuesta de cincuenta y dos capítulos, se inicia con la decisión de Alonso Quijano de convertirse en caballero andante y así emular las aventuras de los libros de caballerías. Desde ese momento y a lo largo de dos salidas -primero en solitario y después con su escudero Sancho Panza-, el protagonista transforma la realidad con su imaginación: ve castillos donde solo hay ventas, gigantes donde hay molinos o ejércitos poderosos donde hay rebaños de ovejas.
En la segunda parte (1615), compuesta por setenta y cuatro capítulos, se relatan las aventuras de don Quijote y Sancho en su tercera salida de la aldea. Ambos sufren ahora el engaño, a veces burlesco, de otras personas. La obra termina con el regreso de caballero y escudero a la aldea, donde don Quijote recupera la cordura y muere.
A pesar de la indiscutible unidad de la obra, la segunda parte ofrece una notable variación con respecto a la primera. Entre ambas han pasado diez años y estos dejan huella en las páginas de la novela. Se pueden apreciar las siguientes diferencias:
En la primera parte, la acción principal se ve a menudo interrumpida por otros relatos intercalados en el texto que retrasan el desarrollo de las aventuras de don Quijote y Sancho. En la segunda, en cambio, el autor renuncia a esta técnica narrativa. En este sentido, la primera parte es más disgregadora y heterogénea.
Otra de las diferencias es el predominio en la primera parte de la acción y del viaje, mientras que en la segunda adquiere más peso el diálogo y aumenta la estancia prolongada de los protagonistas en algunos lugares.
En la primera parte, las aventuras de la novela están motivadas por la fantasía de don Quijote, que transforma con su imaginación la realidad. En la segunda, sin embargo, esta transformación se lleva a cabo principalmente por los demás personajes, que inventan historias fantásticas para engañar al caballero. Don Quijote, que no deja de creer en sus fantasías, ya no es víctima del engaño de sus sentidos; percibe la realidad tal y como es, aunque no da crédito a estas percepciones. Cuando ve la triste y rutinaria realidad, piensa que unos encantadores lo han hechizado.
Desde las primeras páginas, el lector del Quijote recibe una descripción de las características de su protagonista. Estos datos son tan solo el punto de partida de una evolución psicológica genialmente trazada que se desarrollará a lo largo de la novela. Don Quijote es un hidalgo pobre que apenas tiene recursos para vivir. Su escuálido físico se asociaba en la época a personalidades coléricas y melancólicas.
Esta situación de privacidad económica y la naturaleza de su carácter pueden colaborar a que se refugie en la lectura desmedida de los libros de caballerías, causantes de su locura. Su afición por estos libros es tal que llega a vender parte de sus posesiones para poder comprar más ejemplares. Sin embargo, se trata de un personaje de gran capacidad razonadora y buen juicio crítico en los temas que no afectan a la parcela de su demencia. Su edad es avanzada, teniendo en cuenta la época: alrededor de los cincuenta años, lo que convierte en ridícula (según los tópicos del momento) su afición caballeresca y su amor ideal por Dulcinea.
Así pues, este personaje decide resucitar la caballería y salir de su aldea en busca de aventuras vestido con las armas de sus antepasados. Toma por escudero al simple Sancho, un vecino suyo al que promete otorgar bienes, y se inventa una amada. Esta es Aldonza Lorenzo, una labradora que vive en El Toboso y que su imaginación convierte en la idealizada Dulcinea, una dama refinada.
Don Quijote adopta un lenguaje anticuado que ha extraído de sus lecturas y lleva consigo el afán de plasmar en la Mancha todos los ideales heroicos recogidos en sus libros.
Como se ha apuntado, don Quijote presenta una clara evolución psicológica que se manifiesta intensamente en los últimos episodios de la novela. En ella se revela el desencanto y la melancolía en la que desemboca el personaje: cuando don Quijote se enfrenta a una realidad que exige un verdadero heroísmo, no es capaz de aportarlo. El personaje se empequeñece progresivamente hasta apagarse en su lecho de muerte.
Sancho es el vecino que decide acompañar a don Quijote en sus aventuras caballerescas. Su pragmatismo y su afán material lo oponen a su amo, pero su ingenuidad y su bondad permiten que congenie perfectamente con don Quijote. Es un personaje que representa la fidelidad: en Sancho, el amor aparece siempre por encima del engaño y de la picaresca que, en ocasiones, aplica.
Estos contrastes de su carácter explican que el personaje oscile en su actitud: unas veces, guiado por su credulidad y su deseo de ventajas materiales, participa de las locuras de don Quijote, y otras, por ese pragmatismo, se muestra apegado a la realidad. Este personaje no representa una visión de la vida opuesta a la de su amo; en realidad, es un elemento de enlace entre el mundo de don Quijote y el puramente materialista de los duques, del bachiller o del barbero.
Como otros personajes de la obra, Sancho también evoluciona a lo largo de la novela; sus procesos y contrastes psicológicos aportan verosimilitud a su carácter. Don Quijote dice de él que «cuando pienso que se va a despeñar de tonto, sale con unas discreciones que le levantan al cielo». Es, por lo tanto, un personaje redondo. En esto coincide con su amo, que, según Dámaso Alonso, es «neciamente sabio, sabiamente necio [...] grotescamente sublime, sublimemente grotesco».
Cervantes presenta frente a sus personajes dos posiciones difíciles de aunar: la parodia y las más hondas reflexiones. Profundiza en los personajes mediante una brillante sutileza psicológica al tiempo que es capaz de observarlos con la distancia suficiente para que provoquen risa. Esta es una de las claves de la novela: su perspectivismo, el juego magistral de las distancias que su autor nos plantea.
Todo esto explica que sea posible aquello que ya Dámaso Alonso apuntaba: que esta obra, además de «todo un tesoro de cambiante humor, [...] sea en verdad profundamente triste».
El estilo
Una de las mayores habilidades para crear a sus personajes reside precisamente en su lenguaje, manifestado de forma magistral a través del diálogo y adaptado a cada personaje y a la situación en la que estos se encuentran.
En la obra también se parodia el estilo extremadamente artificioso característico de las novelas de caballerías, para lo que se vale, entre otros recursos, del lenguaje que hace emplear a veces a don Quijote.
Interpretaciones
Cervantes manifiesta que el principal propósito de su obra es realizar una parodia de los libros de caballerías. El Quijote es una sátira de las absurdas y peregrinas fantasías que se desarrollaban en este tipo de novelas. Pero, además, representada en don Quijote, Cervantes expone una crítica a la confusión entre realidad y ficción que observa en la sociedad de su tiempo; su protagonista ha leído tantos libros, que no ha sabido distinguir lo fabuloso de lo real.
Pero el Quijote es una obra universal que supera los límites de la parodia. Así, existen muchas interpretaciones que se complementan y que pueden dar una idea de su profundidad significativa.
Muchos han visto en ella el reflejo de su autor, inclinado durante un tiempo a la vida heroica y movido por un idealismo que luego se vio frustrado. Para otros autores el Quijote también refleja la España de su tiempo que se desmorona; representa una nación guiada por ideales caducos.
Pero en el Quijote se halla también una magistral indagación sobre la naturaleza del ser humano que se observa en varias facetas: el hombre se presenta como una compleja dualidad, como la unión de contrarios: sus personajes se ocupan de soñar pero también de comer; don Quijote es loco, pero al tiempo razonador y juicioso; Sancho es materialista y bondadoso; es simple en unas ocasiones y muestra gran inteligencia natural en otras.
La frustración humana es también otro de esos elementos sabiamente retratados en sus páginas; en ellas, la vida se refleja como un continuo contraste entre lo que uno quiere que esta sea y lo que realmente es. Asimismo, de la locura de su protagonista beben muchos de los personajes que, si bien no se entregan a ella, parecen necesitarla: Sancho quiere creer en la ínsula y los duques emplean la imaginación para hacer su rutina más llevadera. Cuando la locura y la ensoñación desaparecen, ya no tiene sentido la figura de don Quijote ni la continuidad de la obra. La distorsión, por lo tanto, se muestra como un mecanismo de defensa humano frente a la realidad. Es un arma que le ayuda a vivir al hombre entre lo que quiere y lo que tiene.